Sociedad en riesgo y la reunión del ministro Arenas

6 de octubre de 2014

Han pasado ya más de dos décadas desde que el sociólogo Alemán Ulrich Beck escribiera su célebre libro Sociedad en riesgo, proponiendo la existencia de una mayor exposición al riesgo por parte de una sociedad moderna, como consecuencia de la globalización de la economía, revolución tecnológica, cambio climático y desastres naturales, por nombrar algunos.

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Han pasado ya más de dos décadas desde que el sociólogo Alemán Ulrich Beck escribiera su célebre libro Sociedad en riesgo, proponiendo la existencia de una mayor exposición al riesgo por parte de una sociedad moderna, como consecuencia de la globalización de la economía, revolución tecnológica, cambio climático y desastres naturales, por nombrar algunos.

 De esta manera, si bien siempre supimos que el progreso traía una serie de efectos negativos, los resultados colaterales de la tecnología solían ser más tangibles y notorios de lo que son hoy (el peligro de meter los dedos al enchufe vs. los potenciales riesgos de consumir alimentos transgénicos). Es así como, en muchos casos, considerando que estos nuevos riesgos son el resultado de un complejo proceso de efectos en cadena, sus causas e impactos no pueden ser determinados con la suficiente precisión.

En este escenario de gran incertidumbre, los gobiernos intentan –con mucha dificultad– entregar señales de seguridad frente a posibles eventos que pudiesen impactar a la comunidad, proclamando haber cumplido con todas las políticas disponibles para hacerles frente. Esta obligación de contribuir a generar mayor certidumbre tiene que ver, a su vez, con un ambiente de permanente ansiedad, martirizados con la ocurrencia de hechos que identificamos como riesgosos, cuando en muchos casos –si aplicáramos cierta racionalidad– no serían más que eventos bastante poco probables.

Riesgos altamente conocidos que enfrentamos todos los días, como los relacionados a conductas peligrosas al conducir o altas y mortales dosis de tabaco y alcohol, nos preocupan menos que las decisiones sobre viajar al extranjero o la posibilidad de ser víctima de un acto de terrorismo en el metro. De esta manera, las limitaciones del ser humano referidas a su capacidad de procesar información, confiando mucho más en la intuición que en el cálculo de probabilidades, sumadas a dinámicas sociales que amplifican la incertidumbre, nos sitúan en una sociedad en permanente riesgo.

En este contexto, la pregunta central tiene que ver con quiénes y cómo se decide, finalmente, qué cuenta como riesgo y qué no, cuáles son sus causas y cuáles son sus posibles costos. Esto nos lleva a reflexionar, a su vez, sobre quién es responsable por los posibles daños al materializarse un riesgo y qué actores se benefician de este proceso. Las autoridades gubernamentales declaran responsabilidad sobre la regulación general, señalando que la ocurrencia de ciertos hechos –como puede ser una desaceleración económica– excede sus competencias, apuntando el dedo, entonces, a los efectos perversos de los ciclos económicos internacionales. Los agentes empresariales, por otra parte, dicen que ellos solo responden a la demanda de consumo y señales del mercado, tomando decisiones frente a la (in)estabilidad del entorno, no responsabilizándose por los efectos que esas decisiones generen en el desempeño general de la economía. La sociedad en riesgo se trasforma, así, en un laboratorio en el cual nadie se hace cargo de los efectos del experimento.

Pero lo que la ciencia ha descubierto recientemente, la política y el “mercado” lo han entendido siempre: el miedo es un gran movilizador de voluntades. Provistos de medias verdades, empresarios y políticos inescrupulosos son capaces de manipular los juicios de otros de acuerdo a sus intereses. El riesgo, en este sentido, no se reduce a una cuestión objetiva donde es posible calcular la probabilidad de ocurrencia multiplicada por la intensidad del potencial daño, sino más bien a un fenómeno socialmente construido. De esta manera, el riesgo y su determinación serían un nuevo elemento de inequidad de la sociedad moderna, donde su definición permite que actores poderosos minimicen los riesgos para sí y los maximicen para otros. La “manufacturación” del riesgo, entonces, se constituye como un juego de poder, en que son unos pocos quienes definen y construyen el riesgo para el resto de la sociedad. La distinción entre riesgos “reales” y riesgos “ficticios” producto de la histeria colectiva o sobrerreacción de algún conocido empresario o político ya no es tal. Cuando el riesgo es percibido por la sociedad, puede causar enormes pérdidas, pero también beneficios. Quienes conocen este juego, lo juegan sin reservas.

Son entendibles, entonces, los esfuerzos de nuestra autoridad económica, en cuanto a entregar señales de certidumbre y tranquilidad a los gremios empresariales, aun cuando fueron estos mismos actores privados, en una lógica de profecía autocumplida, quienes pronosticaban efectos nefastos para el desempeño económico a partir las reformas que pretendía llevar a cabo el gobierno. Pareciera ser parte de las reglas del juego de la sociedad en riesgo.


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